Los brazos fuertes que nos acunaban hoy tiemblan. Las miradas que nos protegían hoy son cuencos confusos y temerosos. La seguridad que salía de esos mismos labios en verdades fundantes hoy es tibieza y desamparo.
De nuestros “¿cuánto falta? ¿cuándo llegamos?, al angustioso “¿Que día es hoy, hijo mío?”. El tiempo pasa y también crecen nuestros padres, y vaya si es difícil.
Criar a nuestros niños es acompañar con júbilo, miedo, aciertos y errores el inicio de la vida. Y pensar el declive y la muerte de nuestros propios padres nos entristece, nos enfada y nos complica. Nos angustia, y nos enfrenta a la película de nuestra propia finitud. Ver a nuestros mayores envejecer es asistir a un lento ocaso de los guerreros, de la idealización a la triste realidad.
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